Fritura, fajas y afectos

 

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Encajar es un concepto tan ridículo cuando te das cuenta de que todos estamos empacados como salchichas sin espacio para moverse, pero ¿qué sucede cuando eres la salchicha más grande de la lata? Al crecer siendo gorda en la ciudad de Nueva York mi tamaño se hizo más evidente cuando llegó el momento de entrar al vagón del tren, literal y metafóricamente. Cuando subía las escaleras de la estación del tren, respiraba con dificultad, tratando de recuperarme, solo para tener que pararme recta en la plataforma. Uno pensaría que es una especie de cortesía dejar que las personas bajen del tren antes de subir, pero el tren 7 exprés puede salir mientras dejas que otra persona desembarque. Entonces, estaba parada allí, con el corazón acelerado, respirando con dificultad y con los pies firmes para subirme antes de que se llenara y yo no cupiera. Algunos días sentía que era o mi cuerpo o mi mochila, nunca había espacio suficiente para ambos.

Me subía y de repente sentía las miradas fijas en mí, los ojos en blanco que me enfrentaban o un empujón hacia mi chaqueta porque la persona pensó que había aire y no una panza por debajo. Tuve que acostumbrarme a amoldarme a la gente si quería llegar a tiempo a la escuela. Cada intento de encajar y cada persona a mi alrededor me recordaba que había mucho más de mí. Durante el invierno se podía culpar a mi abrigo abultado, pero cuando volvía a hacer calor todos nos veíamos obligados a darnos cuenta de que mi cuerpo era demasiado grande para ocupar un solo asiento o pasar por el medio del vagón. Entonces, para esas paradas exprés, tenía que controlar la respiración y tratar de empequeñecerme lo suficiente para crear espacio para que alguien más abordara.

Como no desayunaba, tenía que comer de camino a la escuela. Salir a comer cuando estás gorda es como un espectáculo para las personas que te rodean. Ojos siguiendo cada bocado, a veces con risa o simplemente juzgando. Tenía que comer durante esos viajes en tren para poder subir la colina y cinco tramos de escaleras hasta mi primera clase. Cada día, extrañamente, se sentía como un castigo cuando comía, vivía esa experiencia y luego hacía una actividad física intensa. Esa fue una de las muchas formas en las que encontré trucos para “desaparecer”. Solo quería llegar al tren y a clase sin sentirme como la pendeja que impidió que se cerraran las puertas del tren. 

Ashley, de unos 5 años, en Corona, Queens, a principios de la década de los años 2000. Ashley posa con un vestido de baño de una pieza en medio de la sala de Mami Dee. Cuando era niña, veía esta foto y me enfocaba en cómo la luz rebotaba en la redondez de mi estómago.

Desde el salón hasta la sala, me di cuenta de que los adultos que me rodeaban veían algo malo en mi cuerpo. Las señoras de la peluquería siempre me decían que tenía una cara bonita mientras me hacían un blower, lo que en el mundo de los gordos significa “una cara tan bonita a pesar de ese cuerpo”. ¿Cuándo pasé de linda a corpulenta a lo que sea que es esto? Iba a decir “‘ción, tío” y lo primero que recibí antes de un “dios te bendiga” fue un remedio para adelgazar mi peso por agua. Estaba en la tienda y veía a mis primos mirar los bocadillos en el mostrador, como para decir ¿vas a comprar todo eso? Las reuniones familiares donde me salivaba la boca y miraba un plato con mis ojos salivando también porque yo sabía que quería un segundo plato. Pero un segundo plato significaba elegir las miradas fijas y los comentarios, y elegir ser “así”. 

Como Mami trabajaba hasta tarde, me quedaba con Mami Dee, la matriarca de la Calle 97 que unía a la gente, con comida sobre todo. Cocinar era su lenguaje de amor. La vergüenza no me permitía saciar mi hambre, así que comía lo suficiente para respetar a mi mayor pero no para faltarme el respeto a mí misma. Mami llegaba a casa y yo quería comer un plato más porque tenía hambre, pero en ese momento ella indicaba a dónde iba a llegar (a ser obesa) si seguía comiendo (ya estaba en la parada “gorda” del tren genético). Esta era la hora de la noche cuando yo tenía tanta hambre que me colaba en la despensa y era regañada por la hora. Así que mentía. Mentía y decía que estaba empacando el almuerzo del día siguiente para la escuela, solo para lamer envoltorios en la oscuridad, frente a mi mochila. Si me descubrían, podría ponerlos en mi mochila y decir que eran restos del día anterior.

En ese momento, todos los almuerzos nocturnos hicieron que mi cuerpo creciera a un ritmo que no podía aguantar. Mis brazos estaban arrugados por marcas de color rosa brillante que parecían relámpagos. 

La Escuela Pública 19 estaba llena de niños que se parecían y no se parecían a mí. Los niños en la escuela no tenían estos rayos, pero pensé que era porque todos somos diferentes. Me había acostumbrado a escuchar bromas sobre mi peso de parte de mis supuestos amigos, pero creía que así nos conectábamos. Pensé que si me reía con ellos, me daría cuenta de que no se estaban riendo de mí.

 

Un pantallazo de un comentario de Facebook que dice "jaja, me veo como un pedazo gordo de grasa". Yo solía hacer muchos comentarios como este, esperando poder reírme de mí misma antes que otros pudieran hacerlo.

 

Una vez más un espacio donde mi cuerpo era demasiado.

En cuarto grado, cuando hacía suficiente calor como para usar camisetas, los niños me preguntaban sobre los rasguños de gato en mis brazos. Miré a mi alrededor confundida, hasta que me di cuenta de que las marcas brillantes parecían haber sido hechas por un felino feroz. En realidad, fue mi piel estirada debido a comer por la noche. Ese fue el último año que usé camisetas en la escuela. Suéteres cubrían mis brazos marcados para evitar las miradas. 

Ashley, de unos 10 años, sentada en frente de un árbol de navidad y usando un vestido morado y un chal. Vi esta foto por años y pensaba cómo esa niña pequeña siempre era la "amiga gorda" del grupo.

Eventualmente, ir al médico comenzó a hacerme sentir incómoda. El número de la balanza comenzó a tomar importancia y siempre había sugerencias de tener cuidado con lo que comías. Escuchar eso no tenía sentido para mí porque parecía que a la gente siempre le importaba lo que comía. Aunque después de estas citas podía pasar tiempo con Mami y Mami Dee. Hay un lugar cerca del médico en la parada de Main St. del tren 7 llamado Lucia Pizza que se convirtió en el punto de encuentro de mi familia. De pie frente al mostrador, con un pedazo caliente de pizza en la mano, la grasa chorreando hacia abajo, las dos mujeres más importantes en mi vida comían con un vigor que sólo veía cuando fumaban cigarrillos. El vapor de la pizza reemplazó al humo del cigarrillo de la bodega más arriba en la cuadra. Las miraba sonriendo de oreja a oreja, repetidamente, en este mismo lugar. Allí podía comer sin que me miraran, sin sentirme vista. Podía ser honesta aquí. Podíamos existir en un espacio donde podía admitir que quería una tercera pizza. Aquí, en este mostrador, mi cuerpo podía existir sin preocupación ni ojos llenos de preocupación.¹

Todo lo que necesitabas estaba en Junction Boulevard y, de repente, Young World era una reliquia del pasado. Estamos a principios de la década de 2000 y estoy en la extraña etapa intermedia de la pubertad. La cara y el cerebro de una niña, pero con un cuerpo que los hombres de la cuadra de repente miran fijamente. Noté estas partes del cuerpo en desarrollo cuando cambié a un tamaño mediano en Rainbow, Pretty Girl y Point. Mi prima fue de compras conmigo y me di cuenta de que lo que ella quería siempre estaba en la parte delantera del estante de ropa, mientras que yo tenía que escarbar más para encontrar lo que me quedaba bien. En este momento, soy muy consciente de que estoy madurando no sólo porque no soy tan joven sino por los plátanos, las puntas de costilla y el rabo. La ropa me quedaba más ajustada. Así que soy de talla grande y me preocupa lo que sucederá cuando la ropa de estas tiendas no me quede bien. 

Continuar aumentando de peso significaba que Mami podía compartir algunos de sus consejos y trucos conmigo. Las compras se convirtieron en conversaciones sobre la ingesta diaria de calorías. Íbamos a Key Food, el carrito lleno de cosas que Weight Watchers decía que tenían pocos puntos y cosas que no me atrevería a comer durante el día. A menos que fueran pasteles de chocolate dietéticos que solíamos comprar en el pasillo del congelador. Al principio, Mami y yo los comíamos mientras nos sentábamos en el sofá a ver Lifetime luego del trabajo. No solo eran ricos, sino que era un momento en el que podíamos unirnos a través de la comida. Podíamos sentarnos y hacer algo que normalmente parecía difícil o algo que ocultar. Supongo que el sabor y las sensaciones cálidas asociadas con estos pasteles me hicieron apegarme. Quería el consuelo de divertirme descaradamente frente a los ojos atentos de Mami. Comencé a desear ese sentimiento cada vez más. Quería existir como pudiera en el sofá o frente al mostrador de Lucia Pizza. Entonces, compraba estos pasteles porque sabía que Weight Watchers y Mami los aprobaban, diciéndome a mi misma que estaba bien porque eran dietéticos. Eran dietéticos y me permitieron ahorrar puntos para ese día. Cuando Mami no estaba prestando atención, tomaba otro y usaba la misma lógica aunque sabía que me estaba escondiendo. Después del cuarto pastel, estaba llena, de pastel y de vergüenza, y luego descubrí que esto es lo que se llama un “binge”.

Engordar lo suficiente para que los demás lo noten es difícil cuando hay señoras que siempre piensan en dar su opinión sobre cualquier tema. Estoy parada en la esquina de una cuadra llena en Junction, esperando salir de Key Food con mi mamá y nuestro carrito lleno de puntos. De repente una mujer que parecía tener la misma edad que mi mamá se paró frente de mí. 

—¡Dios mío, pobrecita!

La miré confundida.

—¿Cómo permitieron que te pasara esto? —dice, mientras pone una mano en mi estómago.

Me estremezco, retrocedo. 

—¿Cuántos meses de embarazo tienes? —dice, sacudiendo la cabeza. 

En ese momento, me di cuenta de que ella piensa que soy un bebé con un bebé dentro.²

Veo a mi madre cruzando la calle y corro hacia ella con lo que se siente como una pelota de golf en medio de mi garganta. No la puedo tragar. No me lo permito. Mantendré esta bola aquí para siempre y nunca volveré a comer.³

Afiche parte de la campaña “2012 Strong4Life” del estado de Georgia. Afiche de una chica joven y gorda con las palabras “ADVERTENCIA: es difícil ser una chica pequeña si no lo eres”. “What We Don’t Talk About When We Talk About Fat” (“De lo que no hablamos cuando hablamos de la gordura”), Aubrey Gordon, pág 39.

Ashley, de unos 10 años, posando para un autorretrato en el espejo.

Le conté a mamá lo que pasó. Ella negó con la cabeza y nos dirigimos a la casa, la vergüenza resonaba en mis oídos. 

¿Tengo la culpa de ser así? ¿De ser tan pequeña pero verme tan grande? ¿Hay demasiado de mí? ¿Por qué parecía enojada esa mujer? ¿Estoy en problemas? La Señora dijo “ellos”, ¿cómo dejaron “ellos” que esto sucediera? ¿Quiénes son “ellos”?

(Luego le eché la culpa a Mami Dee, a Mami, a Papi, a mí, a la señora de Seba Seba, al hombre de May Chun que siempre contesta mis llamadas y se sabe el número de mi apartamento por mi voz, al hombre de Mister Softee que me vio dos días seguidos, al señor que vende helado de coco y mango frente a mi escuela, a la señora de la panadería que me empacaba mis empanadas…).

Para cuando estaba en la escuela secundaria, medía mi tamaño por cómo entraba en el pupitre. En séptimo grado, ya sabía que algunos me obligaban a meter la barriga. De repente estoy pensando en lo que es sentarse en un pupitre con la facilidad de las chicas de mi clase.

Cuando Mami me compró mi primera faja, se sintió como un rito de iniciación. Había visto a mi madre meterse en una. Era como un ritual verla respirar, tomar una pausa y usar toda la fuerza para poder meterse. Uno de los pocos momentos en los que podía verla mirándose en el espejo. Mi madre evitó tomarse fotos por buena parte de mi vida, pero con una faja puesta sentía el poder de ser vista. Una faja era como la capa de un mago. Con esta tela extra, se dejaba capturar en un momento dado; las partes de ella que odiaba escondidas. Así quería ser recordada. Comencé a creer que todas las mamás hacían esto. Al menos las dominicanas. Corona estaba llena de fajas exhibidas en las fachadas de tiendas, vidrios con su reflejo y la posibilidad de convertirse en algo aceptable, quizás atractivo. Percibía la faja como una puerta a la autoestima. 

Me daba risa que el negocio colombiano más arriba de la cuadra mostraba fajas y abajo se podía conseguir la fritura que Papi comía en la noche. Una cuadra llena de lugares para que uno se transforme—la botánica, la tienda de fajas, la tienda donde se consigue aclarador de piel. Lugares donde ciertas culturas y creencias son apoyadas. Culturas en las cuales es una forma de respeto terminar un plato pero una vergüenza para aquellos de nosotros a los que nos dicen que comamos menos. Entonces, cuando mi mamá me pregunta cuál faja quiero, la única opción es responder que sí. 

Apenas me probé mi faja, noté mi estómago y la presión cuando se apretó. Después de horas, no podía creer que lo que antes para mí era un ritual pareciera más un castigo. ¿Significa lo mismo? ¿Puedo amarme a mí misma a través de este castigo? ¿Me amaré cuando termine? 

Me dijo que al final valdría la pena. 

Pero me la quité. Mi piel estaba marcada con líneas de las espinas y las cremalleras. Mi estómago rebotó hacia adelante y volvió a su lugar normal. ¿Esto es en serio? ¿No aguanta? ¿Qué hago para que sea para siempre?

Había una celebración cuando llegabas al siguiente zíper de las fajas de entrenamiento. Están hechas para hacerte sudar más debajo de la ropa. Entonces, íbamos a Lucille Roberts en la calle Main St. con Mami. Tomábamos el tren 7. Íbamos al gimnasio y me preguntaba por qué no veía allí a otras chicas de mi edad. Veía a mi mamá en el vestuario, subíamos el cierre de nuestra segunda piel y ella recordaba que ese era el trabajo que había que hacer para convertirme en una de las chicas que no tenían que venir aquí.⁴

 

Ashley, de unos 13 años, sonriendo torpemente frente a la cámara y usando un vestido sin tirantes. Por años vi esta foto sabiendo que intencionalmente la había recortado para esconder mis brazos.

 

Pensé que las cosas iban a ser diferentes en el primer año de la escuela secundaria… sillas más grandes. Cuando mi escritorio presionó mi estómago, me encogí. La pelota de golf se había convertido en cemento en ese momento y juré que iba a desaparecer. No hay forma de hacer que la alimentación desorganizada parezca algo bueno, pero de repente las mujeres mayores en mi vida me felicitaron. De repente estaba usando los pantalones de la talla más pequeña de mi vida y la mujer que me peinaba en el salón me susurraba al oído lo hermosa que me estaba poniendo mientras seguía secando mi cuero cabelludo. Al crecer, mi cabeza siempre fue delicada, alejándome del secador de pelo antes de que me hicieran volver. A esta edad aprendí a quedarme quieta a pesar del dolor. Lo vieron como un avance, pero en verdad era una disciplina muy destructiva. El olor familiar de pelo quemado se esparció mientras el reflejo que solía ver todos los sábados cambió. Al ir a la escuela con el pelo alisado y los pantalones cada vez más pequeños, sentí que estaba haciendo lo correcto. Entonces tal vez sería hermosa y no necesitaría té de desintoxicación, fajas ni una membresía de Lucille Roberts.

Todos los días tomaba el tren para ir a la escuela. Una caminata rápida desde la casa y dos paradas exprés del tren 7. Estas dos paradas siempre fueron un viaje de cuerpo y mente. La primera parada del viaje comenzaba en la panadería colombiana de la cuadra donde compraba un pandebono o una arepa de choclo. Me acostumbré a pedirlos porque Papi los traía a casa luego del trabajo. Se convirtieron en mi ritual matutino hasta que mami me dijo que no debía comerlos todos los días porque me crecería la barriga. Luego Mami Dee me dijo que el maíz engorda mientras que sus ojos se fijaban en mi estómago. La señora frente al tren me dijo que dejara lo que estaba comiendo, que este producto era mejor para mí. Este producto fue Herbalife y una de las tantas sugerencias que me dieron mis mayores. 

Por la mañana, mi mente se aceleró con estos recordatorios, obligándome a reconocer o evitar el ruido de mi estómago. En las mañanas cuando decidía responder a la señal natural de mi hambre, me daba cuenta que ese no era el único obstáculo antes de llegar a la escuela. Tenía que preguntarme si estaba dispuesta a lidiar con las miradas. Sabía todo lo que podía estar detrás de esos ojos. Las cosas que escuché en la calle, en el salón, en la escuela, en la televisión, en las películas: Fo; yo nunca podría ser así; ¿cómo dejaste que tu hija se pusiera así?; ¿la familia es gorda?; probablemente tiene diabetes; el gordo es feo; el gordo es goloso; no les gustas a los chicos cuando estás tan gorda.

Te sorprendería la cantidad de juicios que hay cuando las personas piensan que tienen derecho a opinar sobre tu figura o tu tamaño.⁵

Poster shown of 2012 Strong4Life campaign by Georgia. Posters of a young fat boy with the words “WARNING: He has his father’s eyes, his laugh and maybe even his diabetes.”

A esta edad, estoy viendo las cuentas de Tumblr de otras personas que saben lo que es estar gordo. O al menos lo que es pasar el tiempo sin querer ser así. La mayoría de nosotros estamos huyendo de eso pero nadie sabe lo que es estar gorda en Corona. Estar gorda, tratar de perder peso, mientras toda esta comida y todas estas miradas te rodean. Estas cuentas siempre hablaban de evitar las miradas y hacerte más pequeño. Ninguna de estas personas o relatos me enseñaron que hay decisiones que van más allá de las miradas.⁶ Que una mirada pueda convertirse en un juicio que se convierte en consecuencias.⁷

Irónicamente, el lugar en el que me comparaba con otras personas también fue el catalizador para que me declarara gay. Después de horas incontables de desplazarme por la pantalla cuando debería haber estado durmiendo o prestando atención en clase, hallé una comunidad en línea para navegar lo extraño de los problemas corporales. Hablar de imagen corporal llevó a hablar de género y sexualidad. Comencé a preguntarme por qué no me importaba la atención de los chicos mientras perdía peso. Pensé que se trataba de competir con todas estas chicas bellas en línea sobre quién estaba progresando o no progresando más. Me inspiró a otra cosa y comencé a querer que las chicas me reafirmaran las cosas que están más allá de mi peso. Después de conectarme con mi primer enamoramiento gay, también una lesbiana latina, mi ego se sintió apoyado, por decir lo menos. Por primera vez pude imaginar mi cuerpo felizmente, tan pronto como estuve al lado del cuerpo de ella. Lo que realmente me liberó de las garras de generaciones de gordofobia y comportamiento a favor de las fajas fue el amor gay. Me avergonzaba imaginarme conectando con la persona que me gustaba y que ella tuviera que verme desabrocharme una faja. No había nada sexy en juzgar mi cuerpo, que era tan similar a los cuerpos de las personas que deseaba. Aprendí a soltar cuando solo me importaba el deseo. Aceptando mi identidad lesbiana, encontré una nueva suavidad. Una suavidad que me hizo lo suficiente fuerte para darme cuenta de que no tenía que mantener los ciclos de mi familia, mi cultura o mi comunidad. 

Ahora, como adulta, solo tomo el tren 7 cuando llego a casa de visita o hago tareas. Las tiendas todavía venden fajas, pero mi cuerpo no ha tocado una en años. En estos días, mi barriga lleva tatuajes en lugar de las rayas de un corpiño o las líneas de una cremallera. La parte superior de mi estómago donde comienza la curva dice inolvidable. Esta barriga la llevo de otra manera y yo la dejo sentir el calor de una arepa sin sentirme culpable. Cuando voy a visitar a Mami en casa, la tienda sobre Quisqueya todavía tiene fajas a la vista, recordándome que mientras mi boca saliva descaradamente por una fritura, ser gorda solía significar reprimir esos deseos y amoldarme a los de otras personas. El restaurante y las ventanas son los mismos pero mis sentimientos han cambiado con la edad. Podría estar gorda en Corona sin culpa ni preocupación. Ahora puedo oler los carritos de comida y las entradas de los restaurantes sabiendo que la comida es una conexión y no una maldición. 

Unos años después de recuperarme de mi promesa de desaparecer, mi barriga volvió a crecer a un tamaño tal que estoy segura de que alguna mujer piensa que estoy embarazada. En estos días estoy más enfocada en el panorama general, algo más allá de la balanza. Porque cuando miro hacia atrás, todas las personas que pensaron que debía encogerme fueron las que me llenaron. Cuando miro atrás e imagino todos esos viajes en tren tratando de subir a bordo, enfrentando ojos en blanco y suspiros profundos, a veces un empujón, me doy cuenta de que incluso estas personas han querido a alguien gordo. Un recuerdo de que amar no tiene por qué significar gustar cuando muestran tanto odio hacia nuestros cuerpos. 

Pensando en el tamaño de Amparo, mi abuela materna, los brazos gruesos de la elotera en el bloque o la cocinera en la parte de atrás haciendo mi arroz frito con cerdo—no nos puedes borrar porque siempre hemos existido. La misma comida que nos une ha sido conservada por los cuerpos como el mío, panza redonda, muslos que se rozan como palos para una fogata y papada. A pesar todos los remedios y fajas del mundo, no hay forma de borrar lo que siempre fui construida para ser.⁸ 

Notas

¹ “Recordamos: la comida es bienestar, ceremonia, / conexión, cultura / placer; la comida es vida & / la comida es un regalo / recordamos / el cuerpo es comida & músculos & órganos / el cuerpo es huesos & cicatrices & memoria / el cuerpo es herida & discapacidad & envejecer / el cuerpo es seguro & poder & curar / el cuerpo es ancestros / el cuerpo es una celebración / & yo he tenido mucho / para celebrar”. Caleb Luna, Revenge Body, pág. 55.

² Afiche parte de la campaña “2012 Strong4Life” del estado de Georgia. Afiche de una chica joven y gorda con las palabras “ADVERTENCIA: es difícil ser una chica pequeña si no lo eres”. “What We Don’t Talk About When We Talk About Fat” (“De lo que no hablamos cuando hablamos de la gordura”), Aubrey Gordon, pág 39.

³ / ‘¿Recuerdas a la primera persona que te llamó gordo / como si fuera algo mal?; / ¿y cuántas veces tuvo que pasar / antes de que dejara de hacerte daño?; Caleb Luna, Revenge Body, pág. 35.

⁴ En 2013, la primeradama Michelle Obama lanzó el evento “¡Movámonos! Escuelas Activas”. Esta fue una de las varias iniciativas que hizo para “luchar” contra la obesidad. Michelle Obama discutía el “trabajo” necesario de ejercitarse. Amy Erdnam Farrell, “Fat Shame” (“Humillar por sobrepeso”), pág. 134.

⁵ Afiche parte de la campaña “2012 Strong4Life” del estado de Georgia. Afiche de un niño gordo con las palabras “ADVERTENCIA: Tiene los ojos de su padre, su risa y quizás incluso su diabetes”, “What We Don’t Talk About When We Talk About Fat” (“De lo que no hablamos cuando hablamos de la gordura”), Aubrey Gordon, pág 39.

⁶ “Las personas gordas tienen menos probabilidades de ser contratadas en un trabajo; que las personas gordas en Estados Unidos puedan ser despedidas legalmente en 49 estados por estar gordas; que las personas gordas tienen más probabilidad de ser habitantes de la calle; que las mujeres gordas tienen más probabilidades de ser ablusadas sexualmente; que las personas gordas solemos morir porque nuestras enfermedades no son diagnosticadas”. Da’Shaun L. Harrison, “Belly of the Beast” (“La panza de la bestia”), pág. 18.

⁷ La historia de Anamarie Martinez-Regino, una niña de 3 años de Nuevo México, quien sufrió de retrasos en su desarrollo (es decir, dificultades para comunicarse y para caminar). Anamarie era alta y gorda para su edad. Los hospitales reportaron a sus padres por darle comida sólida a Anamarie después de que los doctores les sugirieran una dieta líquida para perder peso. Amy Erdnam Farrell, “Fat Shame” (“Humillar por sobrepeso”), pág. 161.

⁸ “Sólo 0.8 por ciento de las mujeres gordas se adelgazan en sus vidas”. American Journal of Public Health. Aubrey Gordon, “What We Don’t Talk About When We Talk About Fat,” pág 83. 


Ashley M. Lagrange (They/Them) is a queer neurodivergent fat Black Dominican American nonbinary femme. They are currently a pre-licensed therapist and collage artist, born and raised in Queens, New York. They’ve previously been featured in interviews that discuss the intersecting parts of their identity (i.e. queerness and neurodivergence). They have been featured on the Black.Queer.Alive Podcast, the Alicia Keys Soulcare Blog, and more. You can find more of their work online at ashleymlagrange.com

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