¿Quién es dueño de la Antigüedad?: eruditxs latinx y la lucha por la época clásica

 
La catedral de Notre Dame en Paris. Foto de GodefroyParis (Wikipedia Commons).

La catedral de Notre Dame en Paris. Foto de GodefroyParis (Wikipedia Commons).

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  1. La apropiación de la Antigüedad

La devastación de Notre Dame en abril del año pasado se hizo viral en Internet más rápido de lo que tardó en llegar la brigada de bomberos de París a la catedral en llamas. La respuesta fue inmediata y vehemente. Steve King, congresista estadounidense del estado de Iowa, quien es conocido por su apoyo a simpatizantes nazis y nacionalistas blancos, lamentó la destrucción, trinando que Notre Dame era “invaluable para el cristianismo y para Occidente”. En una entrevista con Fox News, Philippe Karsenty, el vicealcalde de la municipalidad de Neuilly-sur-Seine y una polémica figura mediática de derecha en Francia, insinuó que el incendio fue un atentado terrorista al decir: "es como un 11 de septiembre, es como un 11 de septiembre francés". Antes de que se apagaran las llamas, usuarios de las redes sociales Twitter y 4chan (un foro virtual conocido por lo insultante del lenguaje de sus usuarios anónimos contra mujeres, minorías y la comunidad LGBTQ+) alimentaron las llamas de las afirmaciones falsas que culpaban a las minorías étnicas y religiosas de prender fuego al catedral.

Aunque sea incómoda, la reacción de ver la destrucción de Notre Dame como una clara señal de la decadencia de Occidente, una decadencia planeada y llevada a cabo por comunidades históricamente marginalizadas, no es nada nuevo. La manifestación Unite The Right (Une a la Derecha) de 2016 para protestar el desmontaje de una estatua del general confederado Robert E. Lee en Charlottesville, Virginia, provocó una respuesta similar. A pesar de que supuestamente fue planeada como una manifestación pacífica, los motivos que impulsaban el evento eran enormemente claros desde el principio. Uno de los organizadores principales de Unite The Right, el activista Jason Kessler, quien se identifica como “pro-blanco”, dijo en un programa de radio el día anterior a la manifestación: "lo principal es que quiero desestigmatizar el activismo pro-blanco … quiero una multitud muy, muy grande, y eso es lo que vamos a tener, salir y apoyar, no solamente el monumento de Lee, sino también a la gente blanca en general, porque es nuestra raza la que está siendo atacada". En la aplicación de chats para juegos Discord (el método de comunicación preferido de los manifestantes y los organizadores de la manifestación debido a la postura de la plataforma frente a la anonimidad) un manifestante les recordó a los demás participantes el propósito clave del evento al decir: "si quieres defender al Sur [de los Estados Unidos] y a la civilización occidental del judío y de sus aliados de piel oscura, tienes que estar en Charlottesville el 12 de agosto".

Estas apremiantes declaraciones que se lamentan por la decadencia occidental no sólo tienen que ver con las ansiedades del chauvinismo estadounidense. A principios de 2018, la BBC generó una polémica en redes sociales tras elegir al actor británico David Gyasi para el papel principal de Aquiles en Troy: la caída de una ciudad, una serie de televisión que adaptó la Ilíada. ¿Por qué el clamor? Gyasi, un británico de ascendencia ghanesa, es negro. Después del anuncio, un usuario molesto escribió en Twitter: "#TroyFallOfACity La vieja y confiable BBC … el héroe griego Aquiles interpretado por un actor negro … la opción obvia para el papel … debemos estar agradecidos porque Helena de Troya no lleve una burka". El otoño pasado Margaret Talbot descubrió "el secreto mejor guardado del mundo de arte que ni siquiera es un secreto" para la revista The New Yorker: las estatuas griegas y romanas de mármol antiguas, celebradas por la calidad prístina de sus formas, de hecho, estaban pintadas con varios pigmentos, una técnica que se conoce en el mundo de arte como policromía. Pero, además de revelar la verdad que yacía debajo de la superficie de las esculturas de mármol, el artículo de Talbot también trazó la historia de la glorificación de su desnudez, la cual Talbot atribuye en gran parte a la larga historia de belleza, arte y estética arraigada en la supremacía blanca. A pesar de esto, a muchos no les convenció la conclusión de Talbot o se ofendieron por lo inverosímil que les pareció el argumento de vincular el mármol blanco con fundamentos sociopolíticos más complejos. Una respuesta a Talbot, publicada en The New Yorker, decía: "nada de lo que escribe Talbot explica de forma creíble cómo estos escultores antiguos, inspirados en una estética naturalista tan intensa que trabajaban con mármol para reproducir los músculos debajo de la piel humana y para laboriosamente recrear frágiles cortinas, dejarían que pintores en esencia destruyeran la sutileza de su gran esfuerzo con manchas de color”. Vale la pena notar que Sarah Bond, una historiadora la antigua Roma de la Universidad de Iowa, sufrió represalias a una escala mucho mayor por describir esta misma técnica en un artículo para Hyperallergic en 2017. 

Las respuestas vehementes y usualmente racistas a casos como estos no son para nada atípicas o inocuas. En cambio, la indignación del público por la destrucción de monumentos culturales o por lo que se considera un revisionismo de la historia occidental revive antiguas narrativas en las que reliquias como Notre Dame, la tradición homérica y el arte antiguo son símbolos de la civilización occidental y, por consiguiente, se convierten en armas de las ideologías ultranacionalistas. Irene Soto-Marín, una becaria posdoctoral de historia antigua en la Universidad de Basel, es muy consciente de este peligro: "Siempre les recuerdo a mis estudiantes que la apropiación de la antigüedad no es nada nuevo", dice. Soto-Marín, una de los pocas eruditas latinas en el campo de los estudios clásicos, no vacila en hacer notar que la manipulación de lo antiguo para fines políticos no es una estrategia nueva. "Tenemos a Mussolini, quien fue probablemente el ejemplo más claro al crear un símbolo de la romanità y utilizar estos símbolos para forzar el nacionalismo del pueblo" dice. 

De hecho, el uso de la antigua Roma como una herramienta retórica y estética resultó ser increíblemente efectivo bajo el régimen totalitario de Benito Mussolini. En un discurso del 21 de abril de 1922, pronunciado para ratificar ese día como el nacimiento oficial de Roma, Il Duce le declaró a una multitud de seguidores: "Roma es nuestro punto de partida y de referencia; es nuestro símbolo o, si lo prefieren, nuestro mito … Mucho de lo que era el espíritu inmortal de Roma resurge con el fascismo: Roma es el lictor, romana es nuestra organización de combate, romanos son nuestro orgullo y valor". El arte y la arquitectura de la antigua Roma se convirtieron en un punto central para Mussolini a lo largo de su mandato. Trabajó para preservar sitios arqueológicos grecorromanos como el Mausoleo de Augusto, incluso a costa de la destrucción de la arquitectura no clásica y de otros monumentos que Mussolini no consideraba útiles para la misión autoritaria de establecer que la antigua Roma era un dechado de virtudes. Este infortunio cayó sobre un cementerio judío del siglo XVII que fue destruido para destapar el sitio antiguo del Circo Máximo. Al hacerlo, Mussolini esperaba que los italianos, obligados a enfrentarse a la continuidad espacial, visual e histórica de la ciudad, se entregaran más emocional e intelectualmente a su proyecto autoritario. Este proyecto, más o menos, funcionó. Mussolini tuvo éxito reconfigurando la identidad italiana para entonces generar poder político apelando a la noción grandiosa, aunque simplificada y descomplicada, de una Italia unida.

Esta técnica de aprovechar las malinterpretaciones de la antigüedad para obtener beneficios políticos no fue exclusiva de Mussolini. Sobre el poder de supervivencia del abuso de lo antiguo, Steven González, un estudiante de posgrado de estudios clásicos en la Universidad del Sur de California, señala la longevidad de esta táctica: “En mi opinión, esta fascinación no es nada nuevo. Siempre ha existido un uso instrumental de la Antigüedad por varios actores: estados intentando crear programas culturales que se ajusten a sus regímenes, organizaciones que la usan para legitimarse e incluso artistas y figuras literarias individuales que interactúan con tradiciones académicas o literarias del pasado”. González señala que invocar a la Antigüedad no es un problema en sí mismo, sino cómo y por qué se despliega esta invocación. “El peligro está en cuando el carácter de estos programas culturales exhiben sentimientos nacionalistas o elitistas y fomentan actitudes y violencias racistas. Es por esto que es absolutamente necesario para los estudios clásicos, como campo, tener una opinión pública frente a estos temas”, dice.

  1. La lucha actual

Aún así, estas conversaciones son difíciles incluso para los académicos que cuentan con la experiencia particular para controvertir estas narrativas. Por una parte, muchos académicos que estudian el pasado suelen ser reacios a entrar en debates públicos, bien sea porque no les interesa adentrarse en preocupaciones más modernas de diversidad e inclusión, o porque les preocupa enfrentar repercusiones profesionales. En cuanto a la disposición de los medievalistas intelectuales, el académico y presidente de la Society for the Study of Medievalism (Sociedad Internacional para el Estudio de Medievalismo) Richard Utz dice, "la mayoría son como monjes que sólo quieren quedarse en sus cuartos y escribir sus manuscritos". A los clasicistas se les puede atribuir un temperamento hermético similar, viendo cómo, históricamente, al campo le ha costado lidiar efectivamente con el tema de la raza.

Dan-el Padilla Peralta, profesor adjunto de estudios clásicos en la Universidad de Princeton, quien recibió mucha atención por su libro de memorias Indocumentado: La odisea de un joven dominicano desde un refugio hasta la Liga Ivy, ha pedido a sus colegas que vuelvan a pensar en cómo su campo se está o no relacionando con el clima político actual y ha criticado a su disciplina por tener "una composición europeo-estadounidense" y ser "abiertamente anacronista en su enfoque".

El libro de memorias de Dan-El Padilla Peralta (Penguin Books, 2015).

El libro de memorias de Dan-El Padilla Peralta (Penguin Books, 2015).

La demografía de los académicos que estudian la Antigüedad también ha demostrado ser una posible causa de la insularidad de la disciplina frente al panorama político actual. Datos de los informes de los años más recientes del servicio de colocación de la Society for Classical Studies (Sociedad de Estudios Clásicos), la red profesional más grande de académicos que trabajan en la Antigüedad clásica, muestran que, de más de 500 candidatos que entraron al mercado laboral académico cada año, casi el 60% de ellos eran hombres y más del 90% eran blancos. González señala estas cifras como puntos ciegos que no le ayudan al campo ni a sus estudiantes. “La demografía del campo debería reflejar la demografía del país. ¿De qué sirve ser curadores y verificadores de datos si el campo aún es mantenido predominantemente por hombres blancos?”, se pregunta González. “La diversidad a la que aspiramos debería tener en cuenta raza, clase, género y sexualidad. Pero incluso si una representación diversa en nuestro campo es algo admirable a lo cual aspirar, también existe el peligro de que la representación a una escala limitada permita que otras maneras de desigualdad y asimetría persistan, creando la posibilidad de interpretar esa representación como un acto simbólico, un gesto superficial para satisfacer las inquietudes públicas contratando a alguien que venga de una minoría privilegiada”.

Para Adriana Vazquez, profesora asociada de estudios clásicos de la Universidad de California en Los Ángeles, entender, como académica, cómo procesar estas conversaciones contemporáneas que han aparecido en el discurso público, no sólo ha resultado en bastante reflexión sobre la disciplina y sus técnicas pedagógicas, sino que también ha sacado a la luz preguntas más complicadas sobre qué significa identificarse como latinx y como mujer en un campo que, a pesar de todos sus esfuerzos por diversificarse, sigue siendo predominantemente blanco y masculino. “He debatido mucho conmigo misma sobre cuál es mi rol en todo esto”, dice Vazquez. “He tenido muchas conversaciones serias conmigo misma, reanalizando el pasado e identificando momentos de sesgos implícitos, o momentos en los que sentí que no era tomada en cuenta, o que mis opiniones no lo eran, o en los que sentí que se me pedía demostrar mis habilidades de una manera que mis colegas que no son latinxs ni mujeres debían hacer”. Para los académicos de color, navegar la esfera profesional académica ya es lo suficientemente exigente; algunos sienten que entrar a estas conversaciones polémicas y de alta carga política, aunque sea necesario, sólo los seguiría llevando hacia la precarización profesional.

Aunque varios académicos dentro del campo, sobre todo aquellos de color, buscan crear una disciplina más inclusiva, muchos citan los contextos problemáticos en los que surgieron sus especialidades académicas como una barrera para enfrentar la apropiación de la Antigüedad y diversificar el estudio de la historia antigua. Nicole Lopez-Jantzen, una profesora de historia antigua y medieval temprana, está particularmente al tanto de esto. Sobre la creación de estudios medievales como tema de investigación académica, Lopez-Jantzen señala que “la disciplina surgió del nacionalismo y específicamente del nacionalismo alemán: de la idea de que esto es el núcleo de nuestra nación”. En efecto, aunque los ataques contemporáneos de comentadores de derecha critican lo que ellos perciben como una cada vez mayor apropiación de las humanidades por parte de académicos de izquierda, en general se han ignorado los orígenes abiertamente políticos de estas disciplinas humanistas y los métodos por los que han sido reconfiguradas en una noción moderna de la civilización occidental.

Un análisis más preciso del desarrollo de los estudios medievales revela las preocupaciones etnonacionalistas de sus creadores. A mediados del siglo XIX, cuando la necesidad de establecer una identidad nacional definida surgió en Europa, la necesidad de desenredar la historia enmarañada y compleja del milenio entre los siglos V y XV (entre la caída del Imperio Romano de Occidente y la conquista turca de Constantinopla) se volvió más urgente. Al enlazar las instituciones y prácticas políticas, económicas y culturales del presente con aquellas del Medioevo la ciudadanía podía crearse una nación unificada, si bien imaginaria, en la que un hilo histórico podría evidenciar una trayectoria lineal y ofrecer una narrativa coherente de una identidad nacional. Como quizás era de esperar, la construcción de esta historia inteligible y compartida del lado alemán coincidió con la empresa casi individual de Otto von Bismarck de unificar los varios estados alemanes, una colección de estados principalmente de habla alemana que estaban unidos únicamente por haber sido dominados previamente por el Sacro Imperio Romano. A pesar de esto, el fin último del proyecto de von Bismarck fue alcanzado con el Tratado de Versalles de 1871 que puso fin a la guerra franco-prusiana e instauró a Wilhelm I de Prusia como el primer emperador de una Alemania unida.

Esta reestructuración política sirvió para fortalecer los cambios en la academia que luego impulsarían la retórica nacionalista. En Alemania, el estudio de textos medievales (junto a una educación, rigurosa y obligada por el estado, en alemán y a la cientificación y ascenso de categoría de la filología) fue transformado en una virtud nacional que recibió un apoyo financiero generoso de parte del recientemente creado imperio alemán en la segunda mitad del siglo XIX. Este modelo se volvió tan efectivo para cultivar el chovinismo alemán y produjo académicos de un calibre tan impresionante que eventualmente se convirtió en el modelo para las disciplinas humanistas en universidades de toda Europa occidental y de Estados Unidos. El chovinismo también se convirtió en una parte integral de la creación de la nación, pues proporcionaba una coartada para actos brutales: escritores británicos de principios del siglo XIX usaron la historia de las Cruzadas como preparación para (y justificación retroactiva de) la empresa colonial moderna; la Francia napoleónica llevó a cabo una expedición en Egipto y expropió antigüedades egipcias, justificándolo al invocar las raíces grecorromanas de Francia; y en Alemania el abuso constante de un linaje hacia el pasado distante en propaganda nazi movilizó a la nación a cometer atrocidades devastadoras.

La transformación de los estudios clásicos en un símbolo de la civilización occidental surge de preocupaciones también sociopolíticas. Cuando los Estados Unidos entraron a la Primera Guerra Mundial, el presidente Woodrow Wilson creó el Committee on Public Information (Comité para la Información Pública) y nombró como director al periodista y simpatizante de vieja data George Creel. El comité, que luego fue conocido como el Comité Creel, tenía la única función de movilizar la opinión pública estadounidense en apoyo a la guerra. Bajo el liderazgo de Creel, el comité trabajó sin descanso en aras de esta misión. Llenó buzones por todos los Estados Unidos con imágenes y eslóganes probélicos, empleó a productores y directores de Hollywood para crear películas que apoyaran la participación estadounidense en la guerra y utilizó todos los tipos de medios de comunicación existentes para crear una imagen que hiciera ver como una necesidad la presencia de los Estados Unidos entre los Aliados, al mostrar la guerra como una lucha por ideales más grandes de democracia, o incluso de la civilización occidental. El vincular a los Estados Unidos con una gran herencia clásica le permitió a Wilson justificar la intervención en lo que era considerado hasta entonces un problema europeo y a pesar de que Wilson hubiera ganado su reelección gracias a una campaña antibélica. También otros políticos usaron esta retórica para buscar fines nacionalistas. El expresidente Theodore Roosevelt adoptó alusiones al pasado grecorromano, yendo hasta el punto de llamar a los estadounidenses “los herederos en línea directa de la antigua civilización latina” y de juntar a los estadounidenses con los europeos en una “supremacía de la llamada raza blanca” a través de los factores diferenciales de la biología, la religión y la cultura: “la llamada raza blanca … que sin duda tiene un cierto parentesco de sangre, que profesa la religión cristiana, y que puede rastrear su cultura a Grecia y a Roma”.

A pesar de las circunstancias en las cuales se originaron estas disciplinas, o en parte a causa de ellas, los académicos latinos han buscado generar cambios tanto dentro de la academia como fuera de ella. “Intento mostrar que hay cosas que quizás fueron celebradas en el pasado, pero que no deberían serlo ahora”, dice Soto-Marín. Ella explica que contrarresta estas narrativas que típicamente les llegan a sus estudiantes enfatizando un marco más empático para enfrentar la historia antigua. “Siempre busco humanizar el pasado cuanto me sea posible”, dice. Usa de ejemplo a Alejandro Magno, famoso por ser uno de los comandantes militares más prolíficos de la historia y por haber asegurado que Grecia fuera uno de los imperios más grandes del mundo antiguo. Soto-Marín dice que les recuerda a sus estudiantes del costo material que sin falta seguía a esta reputación. “El ejército de Alejandro debió haber asesinado a quién sabe cuántas poblaciones locales a lo largo de Eurasia para lograr la gesta que vemos representada en [los escritos del historiador] Pausanias, o que subrayamos cuando pensamos en Alejandro Magno. Es una manera de glorificar la violencia”. Es a través de recontextualizar los horrores materiales de la guerra y de llevar estas historias a sus condiciones reales y vividas que Soto-Marín ha podido ir en contra de las narrativas prevalentes e imponentes de la Antigüedad, las cuales, debido a su distancia temporal y cultural, suelen pensarse como si trascendieran la realidad y por lo tanto corren el riesgo de evadir la culpa de las realidades brutales de que reflejan.

Vazquez se pregunta cómo podría presentar las historias del mundo antiguo a un público contemporáneo con marcos culturales y sociales diferentes, particularmente al lidiar con temas más sensibles. En un curso de pregrado con varios estudiantes sobre mitología clásica, se ha tenido que enfrentar al problema de cómo lidiar con conversaciones sobre abuso sexual, un tema sobre el que se sostienen muchos mitos grecorromanos. “¿Cómo enseñamos mitos sobre violación? ¿Cómo conectamos esas historias con discusiones modernas sobre consentimiento?”, se pregunta. “Estos son temas muy difíciles y quizás en el pasado los habría evitado. Pero es muy claro para mí que estas son las discusiones importantes que deberíamos estar teniendo, sin importar en qué campo te encuentres. Los estudios clásicos ya son parte de esa discusión así yo lo quiera aceptar o no”.

Estas conversaciones no sólo son urgentes, como insisten los académicos, por cómo varios grupos están manipulando el pasado con propósitos ideológicos malintencionados, también son vitales si la disciplina de los estudios clásicos espera poder convencer a alguien de que vale la pena estudiar el mundo antiguo. “Tienes que mostrar lo feo del mundo clásico para poder mostrar las maneras en las que se ha usado positivamente. No hacerlo no sería sólo deshonesto, creo además que es lo que ha permitido que muchas narrativas [de la alt-right] puedan existir … Le permite a la gente dibujar una línea recta entre ahora y la Antigüedad”, dice Andrés Carrete, un estudiante de posgrado de estudios clásicos de la Universidad de California en Santa Barbara. Carrete aboga por un enfoque matizado a enseñar el pasado clásico, uno que eleve las maneras en las que el estudio del mundo antiguo ha sido valioso pero a la vez critique los malos usos de la Antigüedad. En su trabajo, Carrete investiga la recepción de la Antigüedad clásica en América Latina; mientras que su trabajo anterior exploraba cómo los españoles usaban malinterpretaciones de Aristóteles para cometer y justificar atrocidades cometidas contra las poblaciones indígenas de México, su proyecto actual se enfoca en la recepción en México de la tragedia griega, en particular la Antígona de Sófocles. La obra de Sófocles está centrada en el conflicto entre la hija de Edipo, Antígona, y Creón, rey de Tebas, quien se rehúsa a darle ritos fúnebres al recientemente fallecido hermano de ella, para así deshonrarlo públicamente. Cuando Antígona se opone al edicto y es condenada a ser enterrada viva, decide suicidarse, rehusándose a obedecer a la que considera una inmoralidad impuesta por el Estado. Antígona, entonces, les sirve a muchos grupos para representar su discurso de resistencia ante la opresión. Aunque las formas de resistencia política ante el Estado son evidentes, Carrete señala que la tragedia les ha servido a algunos círculos feministas “como parte del proceso de luto”, especialmente en México, donde una crisis de feminicidios golpea a varias partes del país. Carrete dice que obras clásicas como Antígona ofrecen un marco para entender y abordar el trauma de la violencia de género.

III. Los desafíos

En últimas, los académicos dicen que estas conversaciones eran necesarias desde hace mucho, y especialmente ahora que el campo está enfrentando y reevaluando el rol que tiene la raza dentro de él. A principios del año pasado, el campo llegó a un punto de inflexión cuando, en la conferencia anual organizada por la Sociedad de Estudios Clásicos, se registraron varios incidentes raciales en contra de académicos de color. Stefani Echeverría-Fenn y Djesika Bel, clasicistas de color, estaban en la conferencia como las galardonadas de un premio a la excelencia del Women’s Classical Caucus (Comité de Mujeres en Estudios Clásicos) por su trabajo con Sportula, una organización comunitaria que apoya a clasicistas con microfinanciación. Al llegar, sin embargo, ambas fueron víctimas de discriminación racial a manos de la seguridad del hotel Marriott en el que tenía lugar la conferencia, fueron detenidas por el personal de seguridad y se les pidió mostrar su identificación. Ellas creen que el personal del hotel se les acercó y las hostigó porque, al ser dos personas de color en una conferencia casi completamente blanca, sobresalían entre la demografía de los asistentes. Y durante la sesión de preguntas de un panel titulado “El futuro de los clásicos”, Mary Francis Williams, una académica clasicista independiente, habló a favor de salvaguardar la idea de civilización Occidental y acusó a Padilla Peralta, uno de los panelistas, de recibir su empleo en Princeton gracias a su raza

A pesar de todo esto, los académicos latinos mantienen vivas sus esperanzas. “Me anima mucho el hecho de que haya tantos académicos veteranos dispuestos a pronunciarse en contra de la asociación entre los estudios clásicos y la supremacía blanca”, dice Vázquez. “Realmente están haciendo avanzar el discurso, así se enfrenten a reacciones negativas”.

Más allá de las políticas internas de la academia, estas conversaciones importan pues tienen consecuencias que van más allá de la disciplina. Vazquez explica: “si realmente nos ponemos serios sobre la democratización de la educación superior, si realmente nos ponemos serios sobre la accesibilidad, los estudios clásicos como campo deben cambiar”. Los clasicistas y, en particular, los clacisistas de color, son los que están mejor posicionados para redefinir la percepción de la Antigüedad en el discurso público. Pero, aún así, el campo en su mayoría ha decidido seguir en silencio frente al discurso público, incluso mientras que ideólogos extremistas vician la Antigüedad, usurpando narrativas antiguas y retorciéndolas para ayudar a sus propios fines políticos. “Hay tantos mandatos éticos por combatir: el racismo, la supremacía blanca, el sexismo. En la medida en la que nuestro campo incorpore o sea usado para justificar cualquiera de estas cosas, como clasicistas tenemos, en mi opinión, una obligación de contrarrestar esa narrativa”, dice Vazquez.

González cree que los académicos tienen la obligación de entrar a estas conversaciones, no a pesar de la asociación con la política contemporánea, sino a causa de esta conexión. “Creo que los clasicistas incluso tenemos una obligación moral de participar en esas discusiones con el público y, de alguna manera, hacer de curadores del material del que somos especialistas, en particular en nuestra situación política actual”, dice González. “Con un número cada vez mayor de grupos de derecha en los Estados Unidos y en Europa, es importante que los clasicistas sean un control a las narrativas del excepcionalismo occidental”.


Kevin García es un periodista queer latinx actualmente radicado en su ciudad natal de Los Ángeles. Es un amante de los museos, la Crítica Cultural y el chisme. Su trabajo ha aparecido en el Stanford Arts Review, NPR (la Radio pública nacional de los Estados Unidos), entre otros medios. Síguelo en Twitter: @keangarc

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